domingo, 14 de septiembre de 2008

Investigación Ignacio Gamez
Etapa 3
“El fuego interior”

“Yo, yo le abría a él una…cómo se llama…una…digo bueno le voy a creer digamos ¿porqué voy a pensar de entrada que está loco? Le voy a creer a ver que es lo que pasa acá. Estaba en una cosa mística que había sobrepasado ya cosas como el budismo; hablaba de que Dios no era una persona, que era como energía que uno podía aprender a conocer que existía, a tener un diálogo con ella y a manejarla inclusive. A lo último la cosa era ya muy hermética, yo ya no lo seguía.”

A raíz de lo que Javier expresa en la cita de arriba, a un libro que acababa de terminar de leer en la época de la entrevista y a dos imágenes que tomé en una ciudad de la Patagonia, surge la posibilidad de conectar los 3 elementos; o mejor dicho conectar a Ignacio con ciertas ideas que se expresan en un pasaje del libro, y posteriormente graficar esas ideas con fotografías. Cuando Javier me hace saber sobre esta faceta de la personalidad de Ignacio, haciendo foco en el concepto de energía y su manipulación una vez conocida su existencia, recurro al libro “El fuego interior” de Carlos Castaneda gracias al recuerdo de haber leído un pasaje que comentaba sobre la relación de los videntes con las plantas y los árboles, y sobre cómo los videntes utilizaban cierto exceso de energía para lograr estados de percepción diferentes. Es por eso que transcribo el fragmento, acortándolo para evitar hacer foco en cuestiones no relacionadas, con el objetivo de aventurar un ejemplo de aquellas concepciones que Ignacio tenía acerca de la energía y de cómo al desarrollar prácticas para acumularla se abre un abanico de posibilidades de percepción de la realidad, las cuales dentro de la cotidianeidad de nuestra sociedad serían claramente “paranormales” o “prodigiosas”.
En el pasaje se comenta sobre las acciones de chamanes o brujos, y dada las circunstancias en las que Ignacio se encontraba espiritualmente en los últimos tiempos, antes de que se le pierda la huella hasta el día de hoy, no es fantasioso pensar que Ignacio estaba dando sus primeros pasos en el camino a convertirse en un vidente o porqué no en un brujo, o talvez sea más acertado pensarlo como una persona que creía tener (¿tiene?) ciertos poderes paranormales, los cuales estaba dispuesto a desarrollar, más allá de tener que dar un giro completo a su vida.

Fragmento de “El fuego interior” de Carlos Castaneda del noveno capítulo “Grandes bandas de emanaciones”. Editorial Fondo de Cultura Económica.

Días después, ya en la casa de Silvio Manuel, don Juan reanudó su explicación. Me llevo al cuarto grande. Anochecía. El cuarto estaba a oscuras. Yo quería encender las lámparas de gasolina pero don Juan no me lo permitió. Me dijo que tenía que dejar que el sonido de su voz moviera mi punto de encaje para que resplandeciera con las emanaciones de la concentración total y rememoración total.
Me dijo que íbamos a hablar de las grandes bandas de emanaciones. Lo llamó otro descubrimiento clave hecho por los antiguos videntes, pero dijo que, en su extravío, lo relegaron al olvido hasta que fue rescatado por los nuevos videntes.
Las emanaciones del Águila se agrupan siempre en racimos–prosiguió–. Los antiguos videntes llamaron a esos racimos las grandes bandas de emanaciones. No son realmente bandas, pero el nombre se les quedó.
[...]
“Como podrás entender, los seres se forman con las emanaciones de una sola banda; pero los videntes ven que dentro de esa banda orgánica hay diferencias descomunales entre esos seres.
–¿Hay muchas de esas grandes bandas? - pregunté.
–Hay tantas como el infinito mismo –contestó–. Sin embargo, los videntes descubrieron que en la tierra sólo hay cuarenta y ocho de esas bandas.
–¿Qué significa eso, don Juan?
–Para los videntes significa que hay cuarenta y ocho tipos de organizaciones en la tierra, cuarenta y ocho tipos de racimos o estructuras. La vida orgánica es uno de ellos.
[...]
“Piensa que las grandes bandas son como árboles. Todos dan fruto; producen recipientes llenos de emanaciones; pero sólo ocho de esos árboles dan frutos comestibles, esto es, burbujas con conciencia. Siete tienen fruto amargo, pero aun así, comestible; y uno produce las frutas más jugosas y sabrosas que existen.
[...]
Dijo que, debido a que sus campos de energía son más intensos, los seres orgánicos son generalmente los que inician la comunicación con los seres inorgánicos, pero una sutil y sofisticada relación que siempre resulta es iniciativa de los seres inorgánicos. Una vez rota la barrera, los seres inorgánicos cambian y se convierten en lo que los videntes llaman aliados. A partir de ese momento los seres inorgánicos pueden anticipar los más recónditos pensamientos o estados de ánimo o temores de los videntes.
–Tanta devoción de parte de los aliados hechizó a los mismos hechiceros, los antiguos videntes –agregó don Juan-. Hay historias de que los antiguos videntes conseguían que sus aliados hicieran lo que ellos les pedían. Ésa es una de las razones por las que creían en su propia invulnerabilidad. Los engañó su importancia personal. Los aliados sólo tienen poder si el vidente que los ve es un parangón de impecabilidad; y esos antiguos videntes simplemente no lo eran.
[...]
–Hay otros mundos completos que nuestros puntos de encaje pueden alinear
–prosiguió–.
. Los antiguos videntes contaron siete de esos mundos, uno por cada banda de conciencia. Yo puedo añadir que aparte del mundo de todos los días, dos de esos mundos son fáciles de alinear; los otros cinco mundos son algo casi imposible.
[...]
Dijo que un verdadero cambio de mundos sólo ocurre cuando el punto de encaje se mueve al interior de la banda del hombre, a suficiente profundidad para alcanzar un umbral crucial, y que sólo entonces es cuando el punto de encaje puede usar otra de las grandes bandas.
-¿Cómo la usa? –pregunté.
Encogió los hombros.
-Es una cuestión de energía–dijo–. La fuerza del alineamiento engancha otra banda, siempre y cuando el vidente tenga suficiente energía. Nuestra energía normal les permite a nuestros puntos de encaje usar la fuerza del alineamiento de una gran banda de emanaciones. Y percibimos el mundo que conocemos. Pero si tenemos un exceso de energía, podemos usar la fuerza del alineamiento de otras grandes bandas y, en consecuencia, podemos percibir otros mundos.
De repente, don Juan cambió de tema y empezó a hablar sobre las plantas.

–Esto quizá te parezca una rareza –dijo–, pero, por ejemplo, los árboles están más cercanos al hombre que las hormigas. Te he dicho que los árboles y el hombre pueden desarrollar una gran relación; eso se debe a que comparten emanaciones.
[...]
Pero la verdadera diferencia entre las plantas y otros seres orgánicos es la localización de sus puntos de encaje. Las plantas lo tienen en la parte inferior de su capullo, mientras que otros seres orgánicos lo tienen en la parte superior.
[...]
Agregó que los antiguos videntes estaban convencidos de que las plantas tienen la más intensa comunicación con seres inorgánicos. Creían que mientras más bajo estuviera el punto de encaje, más fácil resultaba para las plantas el romper la barrera de la percepción [...] Debido a esto, un gran número de las técnicas de brujería de los antiguos videntes eran medios de atrapar la conciencia de los árboles, y de las plantas pequeñas, para usarlas como guías para bajar a lo que ellos llamaban los niveles más profundos de las regiones oscuras.
–Entenderás, desde luego –prosiguió don Juan–, que cuando ellos creían que bajaban a las profundidades, en realidad, movían sus puntos de encaje para alinear otros mundos perceptibles con esas siete grandes bandas.
“Forzaron su conciencia hasta el límite, y unificaron mundos con las cinco grandes bandas que son accesibles a los videntes sólo si se someten a una peligrosa transformación.
–Pero, ¿lograron alinear esos mundos los antiguos videntes? –pregunté.
–Lo lograron –dijo–. En su extravío creyeron que valía la pena romper todas las barreras de la percepción; aunque tuvieran que convertirse en árboles para hacerlo.

Las fotos a las que hago referencia fueron tomadas por mí en Enero de este mismo año, 2008, en la “Plaza Pagano” de El Bolsón, ciudad ubicada al suroeste de Río Negro, en la Patagonia argentina. Las (dos) imágenes reflejan las dos caras de una escultura realizada en madera. Según mi interpretación personal, dos chamanes (un hombre y una mujer) se encuentran en un estado de trance, en medio de un ritual o una videncia; constando la escultura de: el árbol con sus ramas; los chamanes; un pescado, un pájaro y otros animales; y lo que parecerían ser llamas ardiendo. Los chamanes se mimetizan con la normal fisonomía del árbol, y la parte inferior de sus cuerpos está formada por las raíces y la base del árbol. El trabajo seguramente fue realizado sobre el árbol original con el objeto de darle forma de escultura pero dejando a la estructura como si fuera un árbol común. Desde que la vi por primera vez me resultó muy atractiva, tanto así como enigmática, y de una belleza enorme. Y me sentí sorprendido al encontrar en un libro un argumento tan contundente que pudiera aclarar la naturaleza filosófica de la escultura.

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