viernes, 8 de mayo de 2009

«Humun' Kulluaby, Humun' Kulluaby,
quién sabe porque
lloran las rosas.
¿Quién podría decirlo?
¿Quién podría adivinarlo?
Humun' Kulluaby, Humun' Kulluaby,
Quién sabe porqué las rosas lloran.»

«¡Somos los hijos del sol!
¡Nuestra naturaleza es brillar!»

Sabiduría Tolteca


En Medellín, en diciembre de 1993, es asesinado Pablo Escobar Gaviria, considerado el narcotraficante más importante del Siglo XX, acusado de ser partícipe en más de cuatro mil asesinatos; Pablo era el jefe del Cartel de Medellín, que lideraba el comercio mundial de cocaína, su poder lo había llevado a ocupar una banca en la Cámara de Representantes de Colombia, más aun se especulaba con que poseía una de las mayores fortunas del mundo. Ante su muerte, su familia debió exiliarse, y tras ser rechazada en varios países europeos, recaló en la Buenos Aires, donde cambiaron sus identidades. En Buenos Aires, en Agosto de 2008, son asesinados tres empresarios vinculados a organizaciones que comercializaban éxtasis y otras drogas. La conexión entre los asesinos y sus víctimas parece ser la provisión de efedrina, una droga legal fundamental para la producción de éxtasis. Durante los meses que siguen se producen nuevas muertes de involucrados, son incautadas importantes cantidades de droga, caen laboratorios y cocinas, y se descubren nuevos lazos entre laboratorios, empresarios y funcionarios del gobierno con las organizaciones de comercio ilegal de drogas ilegales.
En este tipo de casos suelen salir a la luz cantidades abominables de información, querellantes por aquí, fiscales por allá, notas de opinión, informes sobre los intervinientes, mapas ilustrando el trayecto de las cargas, historias personales de distintos personajes, etc.: la opinión pública se sumerge de lleno en la vorágine de los casos y dan sensación de partícipe activo al espectador, la historia se ramifica y ya pasamos a ser nosotros esos crueles sicarios o aquella viuda que llora a su marido.
Pero hay una cuestión de fondo que condiciona toda la seguidilla de hechos, y es omitida casi de forma sistemática en el actual cuadro de la información. La gran maquinaria que opera detrás de la producción y venta de drogas responde a los deseos de los ciudadanos: la sociedad solicita esos productos y es ella la que permite que la rueda gire; el cliente es la condición de existencia del servicio. Se hace la vista gorda del quid de la cuestión, no se le presta atención. ¿De dónde viene la necesidad de la ciudadanía de interrumpir por una cierta cantidad de tiempo el estado habitual de percepción de la realidad, para adentrarse en estados diferentes de percepción que contemplan la relajación, excitación, desinhibición y otra tanta cantidad de efectos según el medio elegido? ¿Cuáles son las causas de que una droga como el alcohol sea el statu quo para esa percepción diferente: una inclinación natural o el método de control social que aceptado y transmitido desde siempre? ¿Hasta que punto funcionamos como reproductores de una cultura desarraigada, una cultura cuyo sentido nos está oculto, porque ella no tiene vínculos esenciales con nuestro medio? ¿Cuál es el mecanismo social que restringe a cualquier experiencia de percepción alternativa a un tabú, a algo que no es recomendable decir ni comentar?
Parece ser que el tabú restringe el flujo de información y estigmatiza al consumidor de drogas ilegales como adicto, dejando fuera el análisis de lo que puede (o no) estar buscando al consumir tal o cual psicoactivo. De cualquier manera esto no siempre ha sido así, ni funciona de esa manera en todo el globo: más bien se inscribe como una política del siglo XX a partir del surgimiento de sociedades de capitales y la tendencia hacia la multiculturización, la misma que determina que tengamos costumbres, tradiciones e ideas de otros pueblos; e indudablemente nos sea imposible tener una relación vital con la tierra, ya que las sociedades multitudinarias funcionan mediante roles que no hacen necesaria nuestra propia provisión de recursos para sobrevivir, sino que podemos adquirirlos con dinero.
Akbar el Grande, emperador mogol del siglo XIV, el cual reinaba a musulmanes e indios, convidaba a sus huéspedes con el opio; Sigmund Freud, ideólogo del psicoanális experimentaba constantemente con la cocaína y la morfina; la marihuana es actualmente utilizada por sus propiedades curativas en pacientes con ceguera y otras patologías; el ácido lisérgico era utilizado también para tratar pacientes con problemas neurológicos hasta que se lo prohibió alrededor de 1970, imposibilitando explorar los beneficios medicinales que podría traer a la humanidad; el azúcar misma es una sustancia psicoactiva que provoca euforia e hiperactividad, por no mencionar a la cafeína, antidepresivos, anfetaminas, sedantes, tabaco y otros cientos de ejemplos de peligrosas y dañinas drogas que podemos obtener en la farmacia con una receta, o peor aún en el supermercado: parece ser que en una sociedad cosmopolita y desarraigada como la actual, las drogas malas son incontrolables y por tanto resulta más fácil prohibirlas para no atentar contra el disciplinamiento social, más allá de que la legislación sea mucho más permisiva en algunos países europeos, y que en algunos americanos, tal es el caso de Paraguay, la producción masiva de marihuana sea ilegalmente legal. Se evidencia que la línea que separa lo legal de lo ilegal es muy delgada, es casi una interpretación, y por cierto una interpretación hecha sin mucho análisis, arriesgando que tal vez sean las conveniencias económicas las responsables de avalar la legalidad.
Existen por otra parte, y en otras latitudes del mundo, culturas que al igual que la nuestra, contemplan la utilización de sustancias psicoactivas diversas, tanto sólidas como líquidas o gaseosas, con fines de exploración personal, curación medicinal, rituales y para cientos de otros propósitos. Pero, ¿qué sucede cuando su uso no solamente no está prohibido sino que está reconocido, más aún regulado, e inserto en la tradición y las costumbres de un pueblo, formando parte de su identidad personal y comunitaria; cuando el consumo comunal de plantas de poder (por nosotros conocidas como alucinógenos o drogas) se constituye como medio de fortalecimiento de los lazos de la comunidad? En tales casos el viaje de cada miembro no constituye una alucinación caótica ni reafirma el egocentrismo; por el contrario, “gracias al carácter ritual y a la preparación de toda una vida, se percibe un mundo con coherencia interna y continuidad, aunque de naturaleza muy distinta al mundo ordinario”, siguiendo la experiencia del antropólogo mexicano Víctor Sánchez.
Este es el caso de los Toltecas, cuya influencia salpicaba a la totalidad (salvo contados casos) de los pueblos indígenas de MesoAmérica en la época precolombina; el caso es que sólo algunas tribus sobrevivieron a la conquista y colonización, mas perdiendo distintas facetas de su condición étnica a lo largo del tiempo. Toltecas era la forma de designar a los hombres de conocimiento, en pos de su vocación hacia el conocimiento y el retorno al espíritu, según data de los relatos, leyendas, testimonios etnográficos y arqueológicos. Una de esas comunidades que ha persistido en el tiempo es la de los yaquis, en los desiertos centrales y de Sonora (Méjico), cuyos secretos relatan el mundo cognitivo que compartieron los chamanes mexicanos desde hace más de siete mil años, y su mundo cognitivo es fielmente retratado en una serie de libros que comenzaron a publicarse en la década del `60, cuyo primer volumen “Las Enseñanzas de don Juan” plantea el redescubrimiento y la defensa de un saber despreciado por occidente, en donde don Juan, un brujo yaqui, enseña al aprendiz (Carlos Castaneda) los secretos de una tradición cerrada (tradición bruja, heredada de chamanes y sacerdotes precolombinos) dentro de una sociedad subterránea, que coexistía pero no convivía con la sociedad moderna mexicana; en esta crónica el uso de alucinógenos se contempla como medio físico para la iluminación espiritual, pero el uso de estas substancias esta inserto necesariamente dentro de una visión del mundo y del trasmundo, y en un uso ritual. En la misma época también aparecen otros trabajos que evidencian un principio de interés de los antropólogos y del mundo científico por los efectos de estas “plantas de poder”: Lewin en farmacología; Schultz y Watson en botánica; Munn, con su ensayo sobre el uso de los hongos entre los chamanes mazatecos; Herner con la importancia de la datura, la mandrágora y la belladona en la hechicería medieval renacentista.
El caso a destacar aquí es el de Castaneda, ya que su investigación logra un pase desde la botánica y la fisiología a la antropología, según entiende Octavio Paz, que también observa que las creencias toltecas han enriquecieron la sensibilidad e imaginación de los indios durantes miles de años, mientras que las ideologías (liberales y revolucionarias) por las que el hombre ha matado y ha sido muerto, han durado poco (en comparación).

El caso es que un estudiante de antropología de la Universidad de California, llamado Carlos Castaneda, planeaba escribir su tesis, para lo cual realizó sucesivos viajes al suroeste de Norteamérica con la intención de recabar información acerca de plantas alucinógenas, hasta que conoció a don Juan en la localidad de Greyhound; sin ser esta su voluntad inicial, se convirtió en aprendiz de don Juan en el año 1961. Luego de la primera experiencia de Castaneda con mescalito (peyote) supervisada por don Juan, este se da cuenta de que Castaneda era el escogido y era a él a quién debía que revelar sus conocimientos secretos, a raíz de los efectos de mescalito sobre Castaneda. Don Juan condujo a Castaneda hacia el camino del ya mencionado hombre de conocimiento, mediante un sistema de pensamiento lógico, que sólo tenía sentido a la luz de sus propias unidades estructurales y que estaba planeado para guiar al aprendiz a un nivel de conceptualización que explicaba el orden de los fenómenos que había experimentado el mismo aprendiz. El primer paso consistió en utilizar ciertos alucinógenos para poder romper la percepción cotidiana de la realidad, por lo cual los alucinógenos sólo eran útiles en la etapa de iniciación, de modo que una vez que los sentidos y la razón habían asimilado la existencia de otras posibilidades perceptivas, los alucinógenos dejaban de ser necesarios; estas plantas alucinógenas producían una percepción peculiar en un ser humano, provocando estados de realidad no ordinaria, única forma de aprendizaje pragmática y de adquirir poder (sus propiedades contemplaban tanto el placer, la brujería, la curación y la posibilidad de alcanzar estados de éxtasis). Al respecto sostiene Octavio Paz en “La mirada anterior”:“La función de los alucinógenos es similar al mandala del budismo tibetano: es un apoyo de la meditación, necesario para el principiante, no para el iniciado. La acción de los alucinógenos es doble: son una crítica de la realidad y nos proponen otra realidad. El mundo que vemos, sentimos y pensamos aparece desfigurado y distorsionado; sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, según el caso, pero siempre maravilloso. La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de esta realidad. La destrucción de la realidad cotidiana es el resultado de lo que podría llamarse la crítica sensible del mundo, equivalente a la crítica racional de la realidad. La visión se apoya en un escepticismo radical que nos hace dudar de la coherencia, consistencia y aun existencia de este mundo que vemos, oímos, olemos y tocamos. Para ver la otra realidad hay que dudar de la realidad que vemos con los ojos. Pirrón es el patrono de todos los místicos y chamanes”. La premisa de las enseñanzas es que la realidad es sólo una pintura del mundo, una descripción; y sobre el escepticismo de la percepción, se funda la visión del guerrero (hombre de conocimiento).Con la ayuda de don Genaro, don Juan realizaba prodigios con el objetivo de destruir la realidad, y como moraleja establecer que esa otra realidad no era prodigiosa, simplemente era: esto significaba “parar el mundo”, suspender nuestros juicios y opiniones sobre la realidad. Con estos fines don Juan dispuso del uso de tres plantas alucinógenas por separado y en distintas ocasiones:
El peyote (Lophophora williamsii) para la adquisición de sabiduría. Don Juan lo llamaba mescalito (ya que en su tradición, como sucede en muchas religiones, las cosas no pueden ser nombradas sin estar siendo solicitadas). A la planta se le extraían los botones, los cuales se mascaban e ingerían dentro de una conducta ritual. Según don Juan mescalito era un maestro que ejercía funciones didácticas, enseñaba la forma de vivir, señalaba un camino y podía vérselo porque estaba fuera de uno. Se tomaba en sesiones que podían durar hasta cuatro días consecutivos, denominadas mitotes.
El toloache (datura inoxia), también llamada yerba del diablo, era utilizada para la adquisición de poder. Una planta pequeña con hojas de color verde oscuro y flores grandes, blancuzcas, acampanadas. Don Juan la acusaba de malograr a los hombres, de hacerles probar el poder demasiado pronto (sin fortificar sus corazones), de hacerlos dominantes y caprichosos, débiles en medio de un gran poder. Constaba de cuatro partes: la raíz, el tallo y las hojas, las flores y las semillas. Las plantas debían ser cultivadas por el brujo en un sembrado propio, por lo tanto estaban identificadas personalmente con él, luego se unía al macho y la hembra una vez secos. Las principales funciones de la planta eran la ingestión de la raíz, creando una realidad no ordinaria de gran bienestar físico o gran incomodidad; y la adivinación mediante un proceso de ingestión-absorción, en al cual se utilizaban dos lagartijas como instrumentos de movimiento. Su viaje según don Juan, era “mujeril, lleno de pasiones, celos y violencias”. La psilocybe Mexicana (hongo), llamado humito por don Juan, debía ser recolectada con mucha cautela para no confundirla con las otras doce especies del mismo género que crecían junto a la apropiada, su color variaba del café oscuro al verde claro, con pizcas de amarillo brillante. Para recolectarla ambos viajaban una gran distancia hasta Chihuahua. Su viaje (el del hongo) traía efectos benéficos, era varonil y dador de éxtasis, suave y previsible, ni incitaba a los hombres ni los aprisionaba, ni amaba ni odiaba, todo lo que requería era fuerza: fuerza del corazón, en contraposición con la fuerza de la yerba del diablo, más parecida a la fuerza “(…) de ser ardiente con las mujeres.”, según don Juan. El hongo se fumaba dentro de una mezcla muy peligrosa, imposible de adquirir sin haber sido instruido en cómo hacerlo, que para mayor dificultad, requería un ciclo anual de recolección y preparación de sus ingredientes. Su viaje era muy peligroso: confuso y aterrador al principio, pero don Juan sostenía: “Los efectos son tan terribles que sólo un hombre fuerte puede soportar la más pequeña fumada. (…) ¡Y de pronto el mundo se abre de nuevo! ¡Increíble! Cuan¬do esto sucede, el humito se ha hecho aliado de uno y le resolverá cualquier problema permitiéndole entrar en mun¬dos inconcebibles”.
Tanto al toloache como a la psilocybe mexicana, les atribuyó la adquisición de aliados, es decir de poderes que un hombre puede atraer con el fin de ser aconsejado, ayudado, y de recibir la fuerza necesaria para ejecutar acciones de todo tipo, un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. Según don Juan un aliado era la ayuda indispensable para saber y se caracterizaba por no tener forma, percibirse como una cualidad, ser domable y tener una regla. Como contracara don Juan recalcaba la potencial peligrosidad de las dos: “Te he dicho que para escoger un camino debes estar libre de miedo y de ambición. Pero el humito te ciega de miedo, y la yerba del diablo te ciega de ambición.”. Por otra parte, las tres plantas llevaban a experimentar realidades no ordinarias, distintas a la cotidianeidad, aunque en el contexto del saber se las consideraba tan reales como la realidad de la cotidianeidad; y para poder dirigir el resultado de cada experiencia no ordinaria, don Juan instaba a Castaneda a recapitular detallada de lo vivido. Por supuesto que Castaneda se encontraba aterrado al comienzo del aprendizaje, pero don Juan fue claro y auspicioso cuando le dijo: “El miedo es el primer enemigo natural que un hombre debe derrotar en el camino del saber. Además, tú eres curioso. Eso compensa. Y aprenderás a pesar tuyo; ésa es la regla. (…) Un hombre va al saber como a la guerra: bien despier¬to, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivirá para lamentar sus pasos.”

La extensa descripción de las plantas alucinógenas (propias de la tradición yaqui), se inscribe dentro de un caso extremo, en el que un hombre dedicó su vida a la labor de convertirse en hombre de conocimiento; sin embargo fue su curiosidad la que lo había empujado a comprometerse con ese destino, la misma curiosidad inherente al ser humano, que lo lleva a buscar nuevas experiencias que le hagan ganar en sabiduría y conocimiento, que le den un sentido de trascendencia o le ayuden a develar los misterios de la existencia, o simplemente que lo ayuden a escapar de su realidad; por lo tanto las drogas o psicoactivos no pueden considerar más que medios, nunca fines, de lo contrario se acarrea la autodestrucción, llevada a cabo por el adicto.
Al cerrar los caminos del diálogo y reflexión acerca de las causas del consumo de psicoactivos que hacen los individuos, se destinan todas aquellas experiencias a un submundo que aísla al consumidor de la realidad; y paralelamente se produce un estancamiento, no se puede avanzar en el autoconocimiento humano porque los propios humanos niegan aquella faceta de la conducta humana. Día a día en cualquier rincón de la ciudad se libra la batalla por garantizar lo que es propio de la sociedad y lo que no, lo políticamente correcto y lo prohibido; hace cincuenta años nadie imaginaba ver publicidades de gente semidesnuda en la vía pública ni tampoco que se pudiera perder la propia vida en la calle por no tener dinero para satisfacer la demanda de un ladrón callejero; los parámetros se corren constantemente y lo que percibimos hoy como realidad puede mañana no serlo, la realidad es siempre una construcción que refiere a miles, millones de micronegociaciones. En este punto teoriza el filósofo escocés David Hume “Nada cierto podemos afirmar de este mundo objetivo y del sujeto que lo mira, salvo que uno y otro son haces de percepciones instantáneas e inconexas ligadas por la memoria y la imaginación. El mundo es imaginario, aunque no lo sean las percepciones en que, alternativamente, se manifiesta y se disipa”.
Cuando habla de su experiencia de más de quince años junto a los wirrarikas, pueblo mejicano de cultura tolteca, Víctor Sanchez relata que las visiones experimentadas por la comunidad, en la ceremonia de Humun' Kulluaby, hablaban sobre sus vidas, destacando aspectos que requerían de un cambio o que no permitían una comprensión silenciosa, profunda y exacta de asuntos que en lo cotidiano eran confusos. “(…) Muchas respuestas a preguntas, que nos habían acompañado por largo tiempo, se presentaban cuando menos lo esperábamos. Lo más liberador era descubrirse en un estado fuera del ego y sus demandas de autoafirmación. (…) Éramos iguales, una mota de polvo más en el misterio del mundo. ¡Que maravilla! ¡Que profunda paz olvidarse del yo irreal en el que vivimos casi de tiempo completo!” Estas experiencias de los toltecas, que perduran hasta nuestros días, tienen como fin el encuentro con el espíritu y la relación íntima con los elementos que posibilitan la vida y supervivencia humana: el sol, la tierra y el fuego. Así es que me pregunto primero ¿no es en parte este mismo fin de relacionarnos con las raíces el que perseguimos consciente o inconscientemente todos los humanos? y luego ¿cómo es posible que podamos usar los psicoactivos en beneficio de la humanidad si les quitamos su condición de productos de la naturaleza (como son, más allá de que algunos sean tratados mediante procedimientos químicos) y situamos su uso en un contexto personal y aislado?