Es la famosa biblioteca de Alejandría. Sus majestuosas bibliotecas son interminables. Cientos y cientos de metros de estanterías que no acusan un final aparente; el techo se mezcla con el cielo, con el infinito, con el universo.
No es de noche ni de día, ni invierno ni verano, no hace frío ni calor tampoco; es un bache en el tiempo, un momento desligado del ayer y del mañana.
Estanterías del mejor y más longevo roble albergan miles, millones de obras de todos los tipos, tiempos y lugares. Todo, o casi todo el conocimiento que se tuvo y se tiene está contenido en estas páginas de amor, odio, maldad, angustia, belleza y todos aquellos sentimientos que nos acompañan en la vida.
Atrapado en esta sala recubierta por paredes infinitas que no conocen de dimensiones calculables, estoy volando; con tantos libros a la vista y con ninguno en la mano. El objetivo es claro y uno sólo al mismo tiempo: subir, subir lo más alto posible sólo por el mero hecho (aparente) de subir. Pero esta empresa es frustrada una y otra vez por una fuerza interior o exterior, quien sabe, que hace fuerza hacia abajo. Como una mosca que se eleva y al momento de toparse con un obstáculo no se resigna, empuja una y otra vez hasta que sus fuerzas se lo permiten y después también.
Es incierto el destino que conlleva el vuelo, este intento de volar contemplando gruesos volúmenes que parecerían saberlo todo.
La cuestión es saber si despegará o no despegará, o yendo más allá talvez…qué es lo que lo retiene.
La lucha no cesa y se vuelve insoportable.
¿Dónde estoy yendo?
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